William

Se había preparado mucho para el casting. Era el papel de su vida y si se lo daban sería el mejor Hamlet de la historia del teatro de la Quinta Avenida. Se formó en la eterna, inmensa, interminable y sofocante fila de los actores Shakespirianos que lo miraban con recelo, como sabiendo que él sería, que él lo haría , que él era.

Notó que sudaba en exceso, temía empapar el vestuario rentado. Se secó la frente con la manga de la camisa de estilo victoriano , se relamió su rizado cabello que goteaba de sudor mojando el asfalto calcinante de una Nueva York que ardía sin piedad bajo sus botines puntiagudos. Mientras la fila avanzaba repasaba sus líneas en silencio. Alcanzó a repasarlas suficientes veces hasta llegar al inicio de la fila. Al subir al escenario logró distinguir vagamente debido a los reflectores a cinco sombras que seguramente lo miraban y lo estudiaban. Cinco personas cual cinco jinetes cual cinco dedos que lo apuntaban cual cinco jueces que lo juzgaban cual cinco enigmas.

¿Nombre?- Alfredo.

¿Edad?- veintidós.

¿Ocupación?- mesero.

Alfredo debía empezar su soliloquio. Las manos dejaron de temblarle y su corazón acelerado marcaba un ritmo perfecto para declamar lo que al parecer Shakespeare había escrito siglos atrás para que él lo interpretase. Era su papel y era su momento. No había un sólo sonido que lo distrajera ni una sola mosca que volara ni una sola persona que parpadease. Alfredo, poseso de Hamlet.

Hubo un silencio fantasmal que ambientaba el ambiente teatral. El silencio duró lo que dura un suspiro contenido para parar un hipo incesante. Alguien aplaudía. Cinco aplaudían.

¡Alfredo! ¡Alfredo!- gritaba llorosa una voz de mujer – Avisa al restaurante que ya no cuenten contigo.

Publicado por yaeldan

Mamá, esposa, lectora y bloggera novata. Residente en Tierra.

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